sábado, 10 de agosto de 2024

Colinas como elefantes blancos, de Ernest Hemingway

Colinas como elefantes blancos 

Ernest Hemingway 

Del otro lado del valle del Ebro, las colinas eran largas y blancas. De este lado no había sombra ni árboles y la estación se alzaba al rayo del sol, entre dos líneas de rieles. Junto a la pared de la estación caía la sombra tibia del edificio y una cortina de cuentas de bambú colgaba en el vano de la puerta del bar, para que no entraran las moscas. El norteamericano y la muchacha que iba con él tomaron asiento en una mesa a la sombra, fuera del edificio. Hacía mucho calor y el expreso de Barcelona llegaría en cuarenta minutos. Se detenía dos minutos en este entronque y luego seguía hacia Madrid. 

-¿Qué tomamos? -preguntó la muchacha. Se había quitado el sombrero y lo había puesto sobre la mesa. 

-Hace calor -dijo el hombre. 

-Tomemos cerveza. 

-Dos cervezas -dijo el hombre hacia la cortina. 

-¿Grandes? -preguntó una mujer desde el umbral. 

-Sí. Dos grandes. La mujer trajo dos tarros de cerveza y dos portavasos de fieltro. Puso en la mesa los portavasos y los tarros y miró al hombre y a la muchacha. La muchacha miraba la hilera de colinas. Eran blancas bajo el sol y el campo estaba pardo y seco. 

-Parecen elefantes blancos -dijo. 

-Nunca he visto uno -el hombre bebió su cerveza. 

-No, claro que no. 

-Nada de claro -dijo el hombre-. Bien podría haberlo visto. 

La muchacha miró la cortina de cuentas. 

-Tiene algo pintado -dijo-. ¿Qué dice? 

-Anís del Toro. Es una bebida. 

-¿Podríamos probarla? 

-Oiga -llamó el hombre a través de la cortina. 

La mujer salió del bar. 

-Cuatro reales. 

-Queremos dos de Anís del Toro. 

-¿Con agua? 

-¿Lo quieres con agua? 

-No sé -dijo la muchacha-. ¿Sabe bien con agua? 

-No sabe mal. 

-¿Los quieren con agua? -preguntó la mujer. 

-Sí, con agua. 

-Sabe a orozuz -dijo la muchacha y dejó el vaso. 

-Así pasa con todo. 

-Sí-dijo la muchacha-. Todo sabe a orozuz. Especialmente las cosas que uno ha esperado tanto tiempo, como el ajenjo. 

-Oh, basta ya. 

-Tú empezaste -dijo la muchacha-. Yo me divertía. Pasaba un buen rato. 

-Bien, tratemos de pasar un buen rato. 

-De acuerdo. Yo trataba. Dije que las montañas parecían elefantes blancos. ¿No fue ocurrente?

-Fue ocurrente. 

-Quise probar esta bebida. Eso es todo lo que hacemos, ¿no? ¿Mirar cosas y probar bebidas? 

-Supongo. La muchacha contempló las colinas. 

-Son preciosas colinas -dijo-. En realidad no parecen elefantes blancos. Sólo me refería al color de su piel entre los árboles. 

-¿Tomamos otro trago? 

-De acuerdo. El viento cálido empujaba contra la mesa la cortina de cuentas. 

-La cerveza está buena y fresca -dijo el hombre. 

-Es preciosa -dijo la muchacha. 

-En realidad se trata de una operación muy sencilla, Jig -dijo el hombre-. En realidad no es una operación. 

La muchacha miró el piso donde descansaban las patas de la mesa. 

-Yo sé que no te va a afectar, Jig. En realidad no es nada. Sólo es para que entre el aire. 

La muchacha no dijo nada. 

-Yo iré contigo y estaré contigo todo el tiempo. Sólo dejan que entre el aire y luego todo es perfectamente natural. 

-¿Y qué haremos después? 

-Estaremos bien después. Igual que como estábamos. 

-¿Qué te hace pensarlo? 

-Eso es lo único que nos molesta. Es lo único que nos hace infelices. 

La muchacha miró la cortina de cuentas, extendió la mano y tomó dos de las sartas. 

-Y piensas que estaremos bien y seremos felices. 

-Lo sé. No debes tener miedo. Conozco mucha gente que lo ha hecho. 

-Yo también -dijo la muchacha-. Y después todos fueron tan felices. 

-Bueno -dijo el hombre-, si no quieres no estás obligada. Yo no te obligaría si no quisieras. Pero sé que es perfectamente sencillo. 

-¿Y tú de veras quieres? 

-Pienso que es lo mejor. Pero no quiero que lo hagas si en realidad no quieres. 

-Y si lo hago, ¿serás feliz y las cosas serán como eran y me querrás? 

-Te quiero. Tú sabes que te quiero. 

-Sí, pero si lo hago, ¿volverá a parecerte bonito que yo diga que las cosas son como elefantes blancos? 

-Me encantará. Me encanta, pero en estos momentos no puedo disfrutarlo. Ya sabes cómo me pongo cuando me preocupo. 

-Si lo hago, ¿nunca volverás a preocuparte? -No me preocupará que lo hagas, porque es perfectamente sencillo. 

-Entonces lo haré. Porque yo no me importo. 

-¿Qué quieres decir? 

-Yo no me importo. 

-Bueno, pues a mí sí me importas. 

-Ah, sí. Pero yo no me importo. Y lo haré y luego todo será magnífico. 

-No quiero que lo hagas si te sientes así. 

La muchacha se puso en pie y caminó hasta el extremo de la estación. Allá, del otro lado, había campos de grano y árboles a lo largo de las riberas del Ebro. Muy lejos, más allá del río, había montañas. La sombra de una nube cruzaba el campo de grano y la muchacha vio el río entre los árboles. 

-Y podríamos tener todo esto -dijo-. Y podríamos tenerlo todo y cada día lo hacemos más imposible. 

-¿Qué dijiste? 

-Dije que podríamos tenerlo todo. 

-Podemos tenerlo todo. 

-No, no podemos. 

-Podemos tener todo el mundo. 

-No, no podemos. 

-Podemos ir adondequiera. 

-No, no podemos. Ya no es nuestro. 

-Es nuestro. 

-No, ya no. Y una vez que te lo quitan, nunca lo recobras. 

-Pero no nos los han quitado. 

-Ya veremos tarde o temprano. 

-Vuelve a la sombra -dijo él-. No debes sentirte así. 

-No me siento de ningún modo -dijo la muchacha-. Nada más sé cosas. 

-No quiero que hagas nada que no quieras hacer… 

-Ni que no sea por mi bien -dijo ella-. Ya sé. ¿Tomamos otra cerveza? 

-Bueno. Pero tienes que darte cuenta… 

-Me doy cuenta -dijo la muchacha.- ¿No podríamos callarnos un poco? 

Se sentaron a la mesa y la muchacha miró las colinas en el lado seco del valle y el hombre la miró a ella y miró la mesa. 

-Tienes que darte cuenta -dijo- que no quiero que lo hagas si tú no quieres. Estoy perfectamente dispuesto a dar el paso si algo significa para ti. 

-¿No significa nada para ti? Hallaríamos manera. 

-Claro que significa. Pero no quiero a nadie más que a ti. No quiero que nadie se interponga. Y sé que es perfectamente sencillo. 

-Sí, sabes que es perfectamente sencillo. 

-Está bien que digas eso, pero en verdad lo sé. 

-¿Querrías hacer algo por mi? 

-Yo haría cualquier cosa por ti. 

-¿Querrías por favor por favor por favor por favor callarte la boca? 

Él no dijo nada y miró las maletas arrimadas a la pared de la estación. Tenían etiquetas de todos los hoteles donde habían pasado la noche. 

-Pero no quiero que lo hagas -dijo-, no me importa en absoluto. 

-Voy a gritar -dijo la muchacha. 

La mujer salió de la cortina con dos tarros de cerveza y los puso en los húmedos portavasos de fieltro. 

-El tren llega en cinco minutos -dijo. 

-¿Qué dijo? -preguntó la muchacha. 

-Que el tren llega en cinco minutos. 

La muchacha dirigió a la mujer una vívida sonrisa de agradecimiento. 

-Iré llevando las maletas al otro lado de la estación -dijo el hombre. Ella le sonrió. 

-De acuerdo. Ven luego a que terminemos la cerveza. Él recogió las dos pesadas maletas y las llevó, rodeando la estación, hasta las otras vías. Miró a la distancia pero no vio el tren. De regresó cruzó por el bar, donde la gente en espera del tren se hallaba bebiendo. Tomó un anís en la barra y miró a la gente. Todos esperaban razonablemente el tren. Salió atravesando la cortina de cuentas. La muchacha estaba sentada y le sonrió. 

-¿Te sientes mejor? -preguntó él. 

-Me siento muy bien -dijo ella-. No me pasa nada. Me siento muy bien.

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